Jan Harms, profesor en el Gran Sasso Science Institute, GSSI, junto con su equipo de científicos, ha proposto a la ESA y a la NASA un proyecto extremadamente ambicioso apoyándose en la excelencia de la tecnología espacial italiana.
Quizás no es algo de conocimiento común, pero en Italia está el más grande e importante complejo dedicado al estudio de las astropartículas del mundo entero, los Laboratorios Nacionales del Gran Sasso, LNGS. Las oficinas se encuentran en la superficie, pero las tres grandes salas donde se efectúan los experimentos están colocadas a 1400 metros de profundidad, bajo el macizo del Gran Sasso, el monte más alto de los Apeninos, en la provincia de l'Aquila, en los Abruzos.
¿Por qué debajo de una montaña?
Los experimentos, a los que participan casi mil científicos procedentes de todo el mundo, son directos a captar y estudiar las partículas que provienen del espacio y que tienen la característica de interferir poquísimo con la materia.
Precisamente por eso las salas donde se realizan los experimentos se encuentras a casi un kilómetro y medio de profundidad, tanto que requirieron la construcción de una autopista subterránea para poderlas alcanzar: las otras partículas que interfieren con la materia son bloqueadas por la masa de la montaña, que en cambio no puede parar las astropartículas. Así estas llegan a los detectores de los laboratorios casi completamente solas, libres del así dicho “rumor de fondo”, que en superficie sería hasta un millón de veces más fuerte.
Las ondas gravitacionales
En el 2015, por primera vez, ha habido una detección instrumental de un fenómeno que Einstein había previsto sobre la base de su Teoría de la Relatividad, él de las ondas gravitacionales, que pueden ser definidas como alteraciones del espacio-tiempo que se propagan en el universo como una onda a partir del punto de origen, correspondiente a un fenómeno astronómico de gran relevancia, como la explosión de una supernova o la interacción de dos agujeros negros que giran el uno alrededor del otro.
El proyecto
Ya que las ondas gravitacionales son extremadamente difíciles de detectar, Jan Harms, profesor al GSSI, que dirige un equipo internacional de más de ochenta científicos, ha propuesto tanto a la ESA (European Space Agency) cuanto a la NASA (National Aeronautics and Space Administration) el proyecto de una misión lunar para colocar en el suelo de la Luna unos detectores sísmicos de nueva generación, con los que la Luna podría volverse una de las dos partes de un enorme detector gravitacional, que, al fin de funcionar, debe medir las variaciones de la distancia entre dos puntos inducidas por las ondas gravitacionales.
El proyecto, llamado LGWA (Lunar Gravitational Wave Antenna), resulta extremadamente laborioso y, para ser realizado, requeriría, como es lógico, “la colaboración y el envolvimiento de variados sujetos y competencias”. Mas en esto la Italia es una excelencia: en muchos proyectos internacionales, en efecto, la realización de complejas partes de sondas espaciales ha sido varias veces encomendada a empresa o entes italianos. Por eso el mismo profesor Harms ha dicho:
“La excepcional experiencia adquirida en Europa y sobre todo en Italia por las tecnologías y las exploraciones del espacio juegan a nuestro favor”.
Los científicos promotores del proyecto esperan que, si se lograse vencer los retos exigidos para realizar una antena para poder usar la Luna como un detector de ondas gravitacionales, eso podría permitir abrir un nuevo capítulo por el astrofísica. Y la Italia sería en primera línea con sus grandes competencias.
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